Esta parábola me ha hecho recordar las declaraciones y debates en torno al tema de la inmigración, en el cual abundan opiniones que son lesivas y humillantes para las personas inmigradas. Y entre los argumentos que se utilizan –desde sectores conservadores-, destacan aquellos que hacen referencia a la cuestión religiosa. Hay sectores que defienden que a la hora de establecer las prioridades de los cupos migratorios, se apueste por dar prioridad a los países de América Latina, en detrimento de otros que mayoritariamente tienen religiones diferentes, pensando de manera muy especial en los países del Magreb.
Sin duda, detrás de estos planteamientos hay una utilización política e interesada del hecho religioso, y en concreto de la defensa de un modelo determinado en la concepción de la religión católica con el fin de preservar los intereses económicos e ideológicos del sistema establecido. Se opta por la política del avestruz, esconder la cabeza ante la realidad de un mundo que cada vez será más plural en la expresión de las culturas.
¿Por qué el hecho de la inmigración, en lugar de vivirlo como un problema, con temor, no se apuesta por el descubrimiento del “otro”, con su diferencia que nos complementa y enriquece? ¿Por qué no apostar por un auténtico diálogo interreligioso e intercultural que nos abra a los otros, desde el abrazo y la ternura de reconocernos como hermanos? ¿Por qué no rescatar lo más hermoso y liberador de cada religión, y apostar por compartir aquella fuerza profunda y común que alienta la búsqueda de la felicidad en todos los seres humanos, cada cual con su cultura, con su expresión religiosa, con sus tradiciones y símbolos… que nos abren al compartir los unos con los otros?
“No hay peor ciego que el no quiere ver” dice la sabiduría popular. En este nuevo año que hemos iniciado, ojalá fuéramos capaces de quitarnos las vendas y abrir los ojos ante los demás. Quizás descubriríamos que la violencia no destruye sólo a la víctima, sino también al agresor; que todos nos hacemos mal cuando vivimos devorándonos mutuamente, pues perdemos nuestra capacidad de ser humanos, es de decir, de ser hermanos. Quizás descubriríamos que no tenemos los mismos ojos, el mismo color de la piel…, pero sí la misma Esperanza.
Xavier Pedrós
President de la Fundació Marianao
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