Mi abuela María era más bien bajita y siempre la vi vestida de negro, porque un año antes de que se casaran mis padres, había muerto su hija mayor.
La abuela tuvo cinco hijos, tres chicos y dos chicas.
A la hija mayor la mataron un embarazo extrauterino y un médico incompetente. Tenía 36 años y dejó un marido y dos hijos.
Poco después de nacer yo, murió el abuelo y la yaya, como la llamábamos todos, quedo sola. No se quito nunca el luto, ni de la ropa ni de los ojos.
A principios de los sesenta, Candete era un pueblo bastante pequeño porque la juventud emigraba a las grandes ciudades esperando una vida mejor.
Mis padres escogieron Barcelona y mis tíos se quedaron en el pueblo, haciéndose cargo de los dos negocios que había dejado el abuelo: el horno de pan y una tienda de ultramarinos. Los dos establecimientos estaban y están todavía en la parte alta del pueblo, en la calle del Moto. En esa misma calle, justo enfrente del horno, se instaló la abuela al morir su marido.
Encarna Fernández
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